Anoche estalló una tormenta impresionante. Durante toda la
noche estuvo tronando y el día se ha levantado lluvioso. Debido a esto, otra
vez sin luz, sin agua y, por supuesto, sin wi-fi.
Además, la mamá no ha podido venir, porque está todo
anegado, así que hoy no desayuné.
Salí a realizar unas gestiones que tienen que ver con la
carga del equipaje en el UTEX-1 y después acudí a presentarme en la embajada
española. Aquí en Kinshasa hay una amplia representación de muchos países,
alguno de ellos exótico para nosotros. El día del examen de conducir estuvimos
precisamente por la zona de las embajadas. Eran casas grandes rodeadas de una
parcela y, por supuesto, defendidas como si de un fortín se tratara. Eran todas
parecidas excepto, por supuesto, la de EE.UU., suntuosa y gigante y la de
Francia, también grande y señorial. Países como Benín, Togo, Ghana, Indonesia,
etc. Tenían esta clase de embajada. Así que esperaba que la española fuera, por
lo menos, de las normalitas. Nada más lejos de la realidad. En mis días de
preparación de esta misión tuve que ir a solicitar el visado a la embajada de
la RD Congo en Madrid. Me pareció un lugar pequeño y “cutre” para ser lo que
era. Bien, pues nuestra embajada aquí es casi peor. Está en un piso alquilado
en un edificio griego. En ella, sólo un par de funcionarias trabajando más la
seguridad, dada, evidentemente por el Cuerpo Nacional de Policía. Fue con uno
de estos policías con quien establecí una conversación mientras esperaba para
registrarme en la oficina. Él me explicó que únicamente hay un empresario en el
país y que España no tiene intereses económicos aquí. Por esto la embajada era
tan minúscula. Tras un rato de agradable charla (sólo llevo 4 días fuera de
España, pero ya la echo de menos y encontrarme con alguien que habla y piensa
como tú es siempre confortable), me aventuré a pasear por el Boulevard 30 de
Junio, la Avenida más grande de la ciudad, hasta una tienda de Vodacom (Congo),
para sacarme la tarjeta del teléfono móvil que usaré durante la misión y después,
volví al HQ. La caminata fue intensa. Te sentías un poco indefenso ante tanta
gente. No sabes lo que puede pasar, lo más probable que, a esas horas del día,
no pasara nada, como así fue, pero a la vez, ves a la gente lugareña en estado
puro. Es difícil describir cómo vive, como siente la población de Kinshasa.
Javier Reverte, en su libro “Vagabundo en África”, que recomiendo
enérgicamente, y que me lo regaló un buen amigo, se describe el camino desde el
aeropuerto hasta la ciudad de una forma magnífica. Evidentemente, yo no tengo
el mismo talento que el escritor, así que más abajo os dejo un link con la
descripción que aparece en dicho libro y que me parece muy acertada.
Pág. 317 libro “Vagabundo
en África” de Javier P. Reverte.
…
“Mientras el taxista
iba dándome la murga, insistiendo en que sus servicios eran esmerados y que
debía darle algo más del dinero acordado, yo hacía oídos sordos y contemplaba
el paisaje de la carretera que llevaba a Kinshasa. Parecía que unos días antes
hubiera soplado un tifón sobre los arrabales de la ciudad. Si África es, como
decía Moravia, una zambullida en la prehistoria, el Congo confirma esa imagen
mucho mejor que ningún otro lugar del continente. A lo largo del camino, se
ofrecía impúdico el retrato del África degradada, deprimida, devastada y
sórdida. A un lado y a otro de la ancha avenida mordida por los socavones, las
legiones de miserables se arrimaban a los mercadillos donde no había apenas
nada que comprar y nada que vender. Centenares de personas iban de acá para
allá, sin que se supiera muy bien hacia dónde, y otras se arrimaban a los
fuegos que ardían entre los coches abandonados y comidos por el óxido. Bajo el
cielo turbio y la luz mortecina de la tarde, se mostraba el retrato de la
pobreza: tierras quemadas, calvos desmontes, baldíos descampados, montañas de
basura, niños descalzos y vestidos con harapos, mujeres de mirada desierta de
horizontes, y hombres con ojos opacos como la ceniza. No había semáforos en la
recta e interminable carretera; y un ejército de camiones, autobuses y taxis,
que parecían salidos de un cementerio de automóviles, transitaba entre
bocinazos, berreo de motores caducos y humaredas negras que acompañaban el aire
con olor a gasolina quemada. Una valla publicitaria anunciaba Coca-Cola y, algo
más allá, otra mostraba el rostro sonriente y bonachón de Laurent Kabila, el
vencedor de la guerra.
Entrábamos en la
ciudad. Junto al imponente estadio de fútbol, algunas familias habían levantado
sus miserables chabolas o encontrado alojamiento en las carrocerías de camiones
y autobuses abandonados. Olía a rescoldos de fuego, mezclados con un aroma
dulzón a cloacas y un hedor de pocilgas. No había árboles en flor en la
desmoronada Kinshasa.
La larga y amplia
avenida 30 de junio, orgullo de los belgas en los días de la colonia, avanzaba
recta entre anchas aceras polvorientas y edificios pétreos, sucios y oscuros,
muchos de los cuales parecían deshabitados, sin cristales en las ventanas, con
fachadas que eran como rostros de ojos vacíos. Seguían las riadas de miserables
marchando hacia ninguna parte, los pordioseros tirados en las aceras, los
impedidos demandando limosna en las esquinas, los niños solitarios y las
mujeres desesperanzadas, y los locos, a cuyo paso la gente dejaba una temerosa
distancia de prevención. El cielo era arisco sobre la ciudad, en aquél recodo
del África desventurada.
.../... Graham Greene
escribió una vez que África tiene la forma de un corazón humano. Es un corazón
que, cuando sangra, la herida hay que buscarla casi siempre en el Congo.”
Creo que sobran las palabras. Aunque la situación ha
mejorado levemente en algunas zonas de la ciudad, la inmensa mayor parte de la
misma se describe a la perfección en las líneas anteriores.
Tras el paseo, pude comer algo distinto al arroz con pollo
de costumbre y comí algo que decían que era Shawarma (comida libanesa)… ya
veremos a ver si hice bien. Tras un rápido café, eso sí, con un tunecino, un
uruguayo y un argelino, me fui a ver al que va a ser, en principio mi Jefe en
la Misión, quien me explicó cuál iba a ser mi labor en Goma. Puede ser que, a
mitad de misión, sea desplegado en un Team Site, tal y como preveía al
principio de la misión. Eso será en febrero. Ahora, por el momento, sé que voy
a trabajar codo con codo con un tunecino y, por supuesto, con las Fuerzas
Armadas Congoleñas.
Aún no tengo alojamiento en Goma, pero lo más seguro que
reserve un hotel. Estoy esperando que me recomienden alguno seguro.
Por el momento, seguimos sin luz, aunque el agua ha vuelto
y, sin wi-fi. Como siempre, en cuanto pueda, publicaré esto. El calor es agobiante
(alrededor de los 36º) y con esta lluvia la humedad apenas te deja respirar.
Cómo quedaron las calles tras la tormenta y una vista del
Boulevard 30 de Junio.