viernes, 18 de noviembre de 2011

18 NOVIEMBRE


Anoche estalló una tormenta impresionante. Durante toda la noche estuvo tronando y el día se ha levantado lluvioso. Debido a esto, otra vez sin luz, sin agua y, por supuesto, sin wi-fi.
Además, la mamá no ha podido venir, porque está todo anegado, así que hoy no desayuné.
Salí a realizar unas gestiones que tienen que ver con la carga del equipaje en el UTEX-1 y después acudí a presentarme en la embajada española. Aquí en Kinshasa hay una amplia representación de muchos países, alguno de ellos exótico para nosotros. El día del examen de conducir estuvimos precisamente por la zona de las embajadas. Eran casas grandes rodeadas de una parcela y, por supuesto, defendidas como si de un fortín se tratara. Eran todas parecidas excepto, por supuesto, la de EE.UU., suntuosa y gigante y la de Francia, también grande y señorial. Países como Benín, Togo, Ghana, Indonesia, etc. Tenían esta clase de embajada. Así que esperaba que la española fuera, por lo menos, de las normalitas. Nada más lejos de la realidad. En mis días de preparación de esta misión tuve que ir a solicitar el visado a la embajada de la RD Congo en Madrid. Me pareció un lugar pequeño y “cutre” para ser lo que era. Bien, pues nuestra embajada aquí es casi peor. Está en un piso alquilado en un edificio griego. En ella, sólo un par de funcionarias trabajando más la seguridad, dada, evidentemente por el Cuerpo Nacional de Policía. Fue con uno de estos policías con quien establecí una conversación mientras esperaba para registrarme en la oficina. Él me explicó que únicamente hay un empresario en el país y que España no tiene intereses económicos aquí. Por esto la embajada era tan minúscula. Tras un rato de agradable charla (sólo llevo 4 días fuera de España, pero ya la echo de menos y encontrarme con alguien que habla y piensa como tú es siempre confortable), me aventuré a pasear por el Boulevard 30 de Junio, la Avenida más grande de la ciudad, hasta una tienda de Vodacom (Congo), para sacarme la tarjeta del teléfono móvil que usaré durante la misión y después, volví al HQ. La caminata fue intensa. Te sentías un poco indefenso ante tanta gente. No sabes lo que puede pasar, lo más probable que, a esas horas del día, no pasara nada, como así fue, pero a la vez, ves a la gente lugareña en estado puro. Es difícil describir cómo vive, como siente la población de Kinshasa. Javier Reverte, en su libro “Vagabundo en África”, que recomiendo enérgicamente, y que me lo regaló un buen amigo, se describe el camino desde el aeropuerto hasta la ciudad de una forma magnífica. Evidentemente, yo no tengo el mismo talento que el escritor, así que más abajo os dejo un link con la descripción que aparece en dicho libro y que me parece muy acertada.
Pág. 317 libro “Vagabundo en África” de Javier P. Reverte.
“Mientras el taxista iba dándome la murga, insistiendo en que sus servicios eran esmerados y que debía darle algo más del dinero acordado, yo hacía oídos sordos y contemplaba el paisaje de la carretera que llevaba a Kinshasa. Parecía que unos días antes hubiera soplado un tifón sobre los arrabales de la ciudad. Si África es, como decía Moravia, una zambullida en la prehistoria, el Congo confirma esa imagen mucho mejor que ningún otro lugar del continente. A lo largo del camino, se ofrecía impúdico el retrato del África degradada, deprimida, devastada y sórdida. A un lado y a otro de la ancha avenida mordida por los socavones, las legiones de miserables se arrimaban a los mercadillos donde no había apenas nada que comprar y nada que vender. Centenares de personas iban de acá para allá, sin que se supiera muy bien hacia dónde, y otras se arrimaban a los fuegos que ardían entre los coches abandonados y comidos por el óxido. Bajo el cielo turbio y la luz mortecina de la tarde, se mostraba el retrato de la pobreza: tierras quemadas, calvos desmontes, baldíos descampados, montañas de basura, niños descalzos y vestidos con harapos, mujeres de mirada desierta de horizontes, y hombres con ojos opacos como la ceniza. No había semáforos en la recta e interminable carretera; y un ejército de camiones, autobuses y taxis, que parecían salidos de un cementerio de automóviles, transitaba entre bocinazos, berreo de motores caducos y humaredas negras que acompañaban el aire con olor a gasolina quemada. Una valla publicitaria anunciaba Coca-Cola y, algo más allá, otra mostraba el rostro sonriente y bonachón de Laurent Kabila, el vencedor de la guerra.
Entrábamos en la ciudad. Junto al imponente estadio de fútbol, algunas familias habían levantado sus miserables chabolas o encontrado alojamiento en las carrocerías de camiones y autobuses abandonados. Olía a rescoldos de fuego, mezclados con un aroma dulzón a cloacas y un hedor de pocilgas. No había árboles en flor en la desmoronada Kinshasa.
La larga y amplia avenida 30 de junio, orgullo de los belgas en los días de la colonia, avanzaba recta entre anchas aceras polvorientas y edificios pétreos, sucios y oscuros, muchos de los cuales parecían deshabitados, sin cristales en las ventanas, con fachadas que eran como rostros de ojos vacíos. Seguían las riadas de miserables marchando hacia ninguna parte, los pordioseros tirados en las aceras, los impedidos demandando limosna en las esquinas, los niños solitarios y las mujeres desesperanzadas, y los locos, a cuyo paso la gente dejaba una temerosa distancia de prevención. El cielo era arisco sobre la ciudad, en aquél recodo del África desventurada.
.../... Graham Greene escribió una vez que África tiene la forma de un corazón humano. Es un corazón que, cuando sangra, la herida hay que buscarla casi siempre en el Congo.”
Creo que sobran las palabras. Aunque la situación ha mejorado levemente en algunas zonas de la ciudad, la inmensa mayor parte de la misma se describe a la perfección en las líneas anteriores.
Tras el paseo, pude comer algo distinto al arroz con pollo de costumbre y comí algo que decían que era Shawarma (comida libanesa)… ya veremos a ver si hice bien. Tras un rápido café, eso sí, con un tunecino, un uruguayo y un argelino, me fui a ver al que va a ser, en principio mi Jefe en la Misión, quien me explicó cuál iba a ser mi labor en Goma. Puede ser que, a mitad de misión, sea desplegado en un Team Site, tal y como preveía al principio de la misión. Eso será en febrero. Ahora, por el momento, sé que voy a trabajar codo con codo con un tunecino y, por supuesto, con las Fuerzas Armadas Congoleñas.
Aún no tengo alojamiento en Goma, pero lo más seguro que reserve un hotel. Estoy esperando que me recomienden alguno seguro.
Por el momento, seguimos sin luz, aunque el agua ha vuelto y, sin wi-fi. Como siempre, en cuanto pueda, publicaré esto. El calor es agobiante (alrededor de los 36º) y con esta lluvia la humedad apenas te deja respirar.



Cómo quedaron las calles tras la tormenta y una vista del Boulevard 30 de Junio.